lunes, 23 de noviembre de 2009

A Plea For Salvation

- Aún tienes la oportunidad para salvarte...
- Ajá. Si es que no salto de un puente antes de año nuevo, creo que es mi nuevo plan.
- Y te vas al infierno.
- ¿De verdad? No creo que sea menos del 80% de lo que ocurre ahora.



Annice se encargó de dejarme temblando durante el recreo, todo por una visión que una amiga suya de la iglesia tuvo y que honestamente no pude creer, pero al final me convenció de tal manera que no puedo estar tranquila. Ella había dejado de sentir su cuerpo por varios segundos y entonces una luz blanca se le acercó, le pidió que le cogiese la mano y entonces recorrió el lugar oscuro y cavernoso del que todos los humanos tememos cuando escuchamos de él: El infierno.


Y era un lugar completamente negro, con personas que lloraban buscando por agua y de toda clase social y estilo. Contaba ella que había visto a una mujer de quien a penas quedaba piel, quien se peinaba y admiraba su falsa belleza. Entonces se colocaba líquidos en el cabello que le desintegraban la piel cual ácido, haciendo de todo un horrible espectáculo.
Lo peor fue cuando la testigo vio a dos personas importantes que murieron este año, sufriendo como jamás yo podría imaginar. En mi espanto, dejé el tema en el aire y me fui.
Pues era verdad.

Aquellas imágenes en el techo de la Capilla Sixtina, en los libros y la Biblia ilustrada. Todas esas cosas espantosas que había visto durante toda mi vida se hicieron más reales de lo que ya las creía y me inundó una angustia increíble, apremiante y asfixiante.
A la mitad del relato estaba asegurándome que la amiga de Annice tomaba ácido LSD o algún otro alucinógeno pero quien sabe porqué, lo que me contó se clavó en mi como un arpón.
Y entonces me di cuenta que mi muralla se había destruido.
Si le tenía miedo a Dios, siempre lo tuve y siempre tendré miedo a la muerte por la incertidumbre de no saber hacia donde se dirigirá mi espíritu que a mi parecer ya está muy corrompido.
Yo necesito agua y honestamente no se en qué pilar apoyarme para que no me mate la angustia de las dudas, de haber perdido el mapa o de estar más cerca al inframundo, todo por culpa del miedo a pedir perdón, de la vergüenza.
En algún momento de nuestras vidas se nos va a presentar esa oportunidad de ser presas del miedo. No del miedo que causa una película, una animación en Internet o una historia.

No.
Yo hablo del verdadero miedo.
Ése que sentimos cuando no sabes hacia donde te diriges, cuando giras y ves que estás solo o de lo contrario acompañado sin saberlo, de caer en agujeros de los cuales no sabes por donde salir y de tocar con los dedos las oxidadas puertas del infierno.
Todo eso cuando te das cuenta que has malgastado tu vida en cosas vanas.
Y en el momento donde ya no hay arrepentimiento ni tiempo es cuando tu vida se desvanece.
Una vez que la muerte se acerca, ya no hay nada más que aceptar un destino...

Pero Annice me ofrece una mano.
Me dice casi a ruegos que aún existen las oportunidades y que la vida no se ha terminado pero no debo de demorarme. Si mañana fuera el fin del mundo, si mañana todos fuésemos aplastados por la furia divina... ¿Quién irá a rogar inútilmente por nuestras vidas, si no somos nosotros?

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