domingo, 8 de noviembre de 2009

Alexander Allen (Parte II)

SEGUNDA PARTE

Si había algo que nunca nos íbamos a olvidar, era la vez en que iniciamos la secundaria. Había un profesor que nos enseñaba matemática a quien todos llamábamos Topo, pues veía excesivamente mal y siempre se confundía al llamarnos. Era bajo, rechoncho y con una cabeza que brillaba por la ausencia del cabello. Tenía un humor de los mil demonios y siempre se metía en nuestras vidas de la manera más sarcástica y odiosa. Una tarde de verano, Topo descubrió que Alex estaba copiándose la tarea de Cristine. Parado, inflando el pecho como un militar, lo miró con desprecio.

-Que no me sorprende que copie, señor Allen- dijo con sorna -Apuesto a que su padre era igual de pillo que usted. De seguro además de copiar, le debió enseñar a "pedir prestado sin permiso".
El padre de Alexander era un ex-político que tuvo problemas por unos asuntos de dinero. Muchos decían que era inocente y otros vociferaban que era un ladrón sinvergüenza.
Alex miró al Topo sin inmutarse y sonrió.


-Mi padre me enseñó de todo, profesor. Y también me enseñó a peinarme, pero creo que alguien como usted no entendería ni de peinarse ni de modales.

En ese momento, una cosa así era lo suficiente como para que te expulsaran de la escuela. El Topo se puso rojo como un tomate y mandó a Alexander a la dirección, donde lo suspendieron por un día. Desde ese día, no había ningún docente que no intentara hacer que Alex se callara, pero él siempre respondía.
En los exámanes se la paraba silbando canciones de cantina o cantando en francés tonadas llenas de vulgaridades que los profesores nunca entendían.
Lo suspendían cada cierto tiempo pero nunca llegaron a expulsarlo. El padre de Alexander tenía demasiada influencia como para eso y además de burlar comentarios y cantar en francés, él no le hacía daño a nadie.
Crecimos y en nuestro penúltimo año en la escuela, Alexander comenzó a faltar mucho. Nadie sabía donde estaba, unos decían que se tiraba la pera, que viajaba al extranjero o que pasaba el día coqueteando con las mocosas de primer año de los colegios vecinos.
Una tarde de verano, regresando de clases, encontramos a Alexander fumando, apoyado en un poste.


Nos enteramos que el hijo del famoso ex-político se había comenzando a juntar con los guapos de los barrios cercanos, quienes le habían enseñado a "fumar y tomar como los machos lo hacen". Le enseñaron a Alexander a bailar salsa y milonga como se hacía en las calles, a fumar cajetillas de cajetillas y comprar botellas de licor barato en una cantina de mala muerte. Le presentaron mujeres fatales, una de ellas se nos fue presentada. Se llamaba Lily, pero nos dijo que la llamáramos Lola.
A los pocos meses Alexander comenzó a juntarse con ella y se corrió el rumor que la había dejado embarazada pero la pilla se las ingenió para perder al bebé.
Sus notas bajaron, pero Alex hacía lo posible para no reprobar ningún curso, cosa que le falló en el tercer bimestre.
Dejamos de escuchar comentarios sobre Lola y el aborto en unas semanas y entonces la flamante noticia era que Alex había comenzado a salir con Ángela.
Desde ese momento, todo pareció mejorar. Él había aceptado comenzar a asistir a una terapia que dejar el cigarro y pronto volvieron las bromas en clase, los partidos de fútbol a la salida y las fiestas en la casa de Pelusso, cuando sus padres estaban de vacaciones. El sol había salido de nuevo en la escuela, ahora que Alex comenzaba a salir del agujero donde casi se ahoga.


El 3 de Octubre, dos días después de haber recibido la aprobación de su terapeuta, Alexander Allen fue atropellado mientras salía del colegio por un conductor ebrio y con el organismo rebalsando en cocaína.
Frente a nuestros propios ojos, la vida de Alex se esfumó en unos segundos.
Su cabello rubio y ensortijado estaba manchado de sangre, su uniforme rasgado y lleno de mugre, marcado por las llantas de aquel auto que lo arrolló completamente.
Fue inmediato.
Murió al momento del impacto. Pronto todo estuvo lleno de ambulancias y medios de comunicación. El señor Allen se quebró en un sollozo desgarrador cuando vio a su hijo tendido en una camilla, con la cabeza reclinada hacia un lado y los ojos cerrados, expresando una triste ausencia en su rostro.
Vimos como le besaba en la frente mientras balbuceaba cosas que no podíamos o no queríamos escuchar.
Nadie fue a la escuela por una semana, ni siquiera los profesores.
Todos asistimos al velorio y al entierro. Ahí nos encontramos incluso con el Topo que lloraba disimuladamente al igual que la directora y otras maestras. Yo no podía hacer otra cosa que soltar lágrimas por la muerte de Alex y tratar de calmar a Ángela que no paraba de llorar. En esos momentos, Pelusso se hayaba con Lucas, intercambiando miradas de amargura y tratando de no llorar cuando vimos el cajón negro decorado de flores blancas, descender hacia el fondo de la tierra.
Ese año nos despedimos de Alexander para siempre. Fue la despedida más triste de nuestras vidas. Las clases se quedaron sin chistes, los exámenes sin canciones en francés y nuestra vida de alumno de secundaria sin el 99% de su habitual brillo que existía gracias a la magia de Alex.
Lo queríamos.
Con sus cigarros, con sus malas palabras, sus intentos por enseñarnos a nosotros, un grupo de chiquillos tiesos y adinerados, a bailar la milonga como se lo enseñaron. Lo teníamos sujeto a nuestras vidas con gruesas cuerdas que se volvieron ceniza cuando aquel auto le pasó encima aquel fatídico 3 de Octubre.
Ahora nos encontrábamos ahí.
Años después del accidente, años después de habernos despedido de la escuela secundaria y del asiento vacío de Alexander que nunca nadie se atrevió a usar.
Pelusso se había casado con Ángela pero si Alex había decidido ir a rehabilitación había sido por ella y su infinito amor hacia el joven. Estaba Cristine que siempre le prestaba la tarea de matemática, de historia, de literatura y de inglés.
Estábamos todos, mirando hacia el vacío o hacia las doradas flores que decoraban la mesa.
Doradas y brillantes como el ensortijado cabello de Alexander.
Lucas soltó un pequeño gemido y le ofrecí mi hombro.
Ahí, todos juntos en aquel salón, lloramos como nunca lo habíamos hecho por la muerte de Alex.
Se que de alguna manera... él nos escuchó.

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