martes, 27 de octubre de 2009

12:05

"Se cierra una puerta con fuerza. Alguien lanza sus zapatos hacia la pared. Una mujer tira una maleta por la ventana y una adolescente golpea su almohada encerrada en su habitación"



Los recreos son el momento más emocionante del día. No lo digo por el delicioso hecho de comprar una gelatina de fresa o tratar de contentarte con las hamburguesas de pan enorme y carne diminuta.
Admitámoslo, cualquier cosa es buena después de cinco horas de estudio por la mañana.
Como iba diciendo, lo más emocionante de los recreos son las cosas que puedes escuchar y ver. Quizás ya debería de haberme acostumbrado a todo lo que pasa, pero la verdad es que todos los días me sorprendo.
Puedo escuchar a mis amigas dando su testimonio sobre la violencia doméstica. Una saltó frente a un auto durante una discusión con su mamá para que éste la atropellara pero no funcionó, a la otra la golpeaban de niña hasta que terminara sus tareas y finalmente las siempre existentes experiencias con el San Martinsito.
Si no estoy hablando de temas maduros y polémicos con mis amigas, podría estar observando a las personas de la otra sección que poco o mucho saben de nosotros, pues estamos separados por kilómetros afectivos que no existen.
Ya me entienden.
O mirar a las parejitas que van a comprar al quiosco y andan juntas en la fila, quizás más de lo que se les permite. Los de último curso jugando fútbol, pateando la pelota tan fuerte que ésta llegaba hasta la calle. Los profesores tomando café, observando a los alumnos que tienen que soportar solo porque les pagan al final.
Un recreo puede ser más que 45 minutos de golosinas y relajación.
Es más que nada una vista panorámica de todos los animales de la selva en plena libertad.
O mejor dicho, de los alumnos en todo su libre albedrío.

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