domingo, 11 de octubre de 2009

La Petite Fille Des Tresses

La niña de las trenzas
En la casita de plástico con olor a pan
Diminutos seres se ríen sin detenerse
Observo por la ventana el sol ponerse
Y un viento llega, con el solitario atardecer
La princesa invisible baja por la escalera
Y el villano maligno va por la resbaladera
Ya tarde vienen los gigantes a recoger a los seres
Que regresan al hogar
Para al día siguiente poder regresar


Miro a los niños regresar a casa. Corren hacia los brazos de sus padres y desaparecen por la solitaria calle fuera del colegio.
El cielo rojo y morado por el atardecer, es el único que me acompaña, mientras espero a que mi madre me venga a recoger. Quizás, sea lo único en lo que me igualo con esos niños.

Y cuando yo era de su tamaño las cosas eran distintas. No teníamos un patio de césped, si no de rocas pequeñas y polvo, la baranda de la escalera no era de plástico, era de una oxidada cadena que nos dejaba las manos negras.
Lo que me llamó la atención no fue que tan austero haya sido el colegio en años anteriores a comparación de ahora, ni que los niños de estos tiempos sean tan opuestos a lo que yo y todos mis compañeros fuimos.
Me sorprendió el pensamiento (tal como una descarga eléctria lo haría) de la rapidez del tiempo, el desarollo de la mente y la gran nostalgia que un patio de juegos me puede traer. Y como si retrocedieran una vieja película, se me venía a la mente la imagen de una niña.
Pequeña, corría con su par de trenzas por el patio. Y entonces, torpemente, se caía de rodillas en las rocas, haciendo que éstas se rasparan y sangraran. Todos iban a ayudarla, las profesoras le ponían una bandita y con una sonrisa daban palabras de ánimo.
Hasta que un día le gritaron frente a todos sin razón convincente y la dejaron fuera del salón, mientras lloraba en una esquina, preguntándose porqué la castigaban.
Sí, con sus dos trenzas cayéndole por los hombros, leía sus libros de letras grandes hasta cansarce y trataba de jugar como los demás, de creerse la cenicienta cuando quería ser la bruja, de tratar a sus compañeras como princesas cuando las quería como prisioneras.
Interrumpieron mis pensamientos y me tuve que ir.
Mientras volvía a casa, recordaba la identidad de aquella niña.
Y casi sonriendo, me di cuenta que había estado pensando en mi.

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