domingo, 11 de octubre de 2009

Pastelito De Infancia

Me devoré un pastelito porque no había nada más que comer. Se mira la televisión en sepulcral silencio pero yo sigo aquí.
Por un momento, me olvidé que es un domingo de Octubre del año 2009, y me desvanecí hasta caer en un espacio níveo e irreal, donde no hay ni sonido, ni tacto ni nadie para hablar.

Némesis, un colega que comparte conmigo un gran amor por la lectura, me convenció una tarde que las cosas más triviales e insignificantes son capaces de crearte una profunda melancolía y aunque pasen los años, quizás nunca averigues porqué.
A él le ocurrió con un jarrón roto en el suelo. ¿Y a nosotros con qué nos ocurre?
Hoy fue el hecho de ver un pastelito, solitario, en la mesa de la cocina. Cuando se come cosas tan dulces, uno siempre recuerda los momentos agradables del pasado.
Evidentemente, porque si haces una comparación a la actualidad, quizás el pasado era más agradable.
Con una mordida recordé mi infancia. Las navidades en casa de un abuelo (ya difunto) que nunca logré comprender, los trabajos del colegio con escarchas que aunque estuvieran mal, nos convencían que eran obras de arte, los exámenes de sumar y restar manzanas de Don Pepito, jugar las chapadas donde yo siempre perdía y la sonrisa de profesoras que ahora nos saludan con sus arrugadas manos.
Indudablemente, las cosas tan triviales como un pastelito también nos pueden causar una agradable nostalgia.
Sí, Némesis.
Tenías mucha razón.

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